21 enero 2008

La Vida De Otro


Suspiró.
Con la impaciencia rondándole el rabillo del ojo miró la hora. Eran las doce y media en punto. Bueno, realmente faltaban dos minutos porque Jorge Hernández llevaba el reloj adelantado.

Siempre le había gustado ir por delante, un impulso innato desde la niñez, cuando en los cumpleaños de sus compañeros se colaba ansiosamente en la cocina y comía antes que nadie del pastel.
O cuando en casa de la abuela en mitad de la noche de reyes, bajaba en calcetines la escalera- amortiguando el ruido provocado por su existencia- para palpar los regalos. Elegía los que más le gustaban y cambiaba las etiquetas. La ingenua anciana, maldecía al día siguiente su mala vista y nunca entendió porque se confundía todos los años llenando de gorros y bufandas a su hermano pequeño.
Una sonrisa convertida en mueca se dibujo en su boca recordando aquellos tiempos.

Actualmente convivía con Sara Morales, una guapa veinteañera de bellas proporciones.
Y trabajaba en una empresa informática. Le sobraba carisma y ambición; por eso miraba con compasión mal reprimida a su jefe desde hacía tres meses; Antonio Segura.
Un pobre desgraciado sin pretensiones que no sabía disfrutar de su suerte.
Enumeró mentalmente los dones mal aprovechados de Antonio.
Quince años en el mismo puesto. Jorge lo sabía porque el director se lo había ofrecido a él.
Una casa maravillosa de tres plantas situada en lo mejor de una urbanización de lujo. Jorge había estado en ella.
Sus hijos, gemelos, encantadores. Las fotos estaban colocadas por toda la vivienda.
Casado con una mujer estupenda. Sí. Él lo sabía bien; se acostaba con ella.
Además, Antonio no sólo era un fracasado; también era un jugador empedernido.
Tres veces lo siguió después del trabajo y las tres se dirigió al hipódromo a apostar. Un pobre diablo, no había más que pensar.

Por fin.
Las doce y media y el director abre la puerta de su despacho. Invita a Antonio a pasar.

Dos meses después Antonio está sentado en una impersonal silla del aeropuerto.
Agarra una pequeña maleta como si fuera lo único que le quedase en este mundo. Dentro lleva un par de mudas, cepillo de dientes, un par de zapatos, dos trajes y tres camisas.
Está como atontado; no comprende como su vida ha podido pegar un cambio tan dramático.
Tiene claro una cosa al menos: el primer eslabón de la cadena había sido el despido. Luego el divorcio.
Ahora su ex-subordinardo, Jorge Hernández, era dueño de su empleo, de su mujer, de sus hijos y de su casa.
Los altavoces anuncian su vuelo y se encamina arrastrando los pies a la puerta de embarque.
Reflexiona evaluando su vida hasta entonces.

Odiaba su trabajo. Quince años llevaba en aquel pequeño cubículo esforzándose al máximo y sin posibilidad de ascenso alguno; porque todos los que estaban por encima de él, eran familiares del dueño de la empresa. Eso Jorge quizás no lo sabe.
Su antigua casa tenía pendiente todavía una hipoteca a 30 años de 2000 euros al mes. Imagina que Jorge ya estaría ahora al tanto.
Los gemelos: no sólo tenía la certeza de que no eran suyos, sino que eran insoportables. Malcriados y consentidos por su ex-suegra. Saldrían del internado la semana próxima.
Su ex-mujer, ahora casada con Jorge, gastaba a manos llenas.
Además, jugadora. Lo obligaba a apostar todos los días en las carreras de caballos mientras ella se iba al bingo.

Desde hacía tan sólo una semana tenía un nuevo trabajo. Un antiguo compañero de la universidad le había ofrecido abrir una sucursal de su empresa en una isla caribeña. No había encontrado nadie que quisiera mudarse tan lejos; sin embargo Antonio había aceptado el empleo sin pensar.

La azafata le sonríe mecánicamente y él de la misma forma le entrega la tarjeta de embarque.
A una bella joven que va detrás de él se le cae el carnet de identidad al suelo y Antonio se lo devuelve. Tiene una expresión muy triste, le da las gracias con una sonrisa y dice que se llama Sara; Sara Morales. Entran los dos conversando por el pasillo del avión.

Antonio se siente cada vez con más energía, más libre, más dueño de su destino; como si estuviera despertando de una pesadilla a la que nunca hubiera tenido la dicha de imaginar poner fin.

5 comentarios:

M dijo...

Vamos, sólo faltaba...

"eso es lo que pasa con el mundo de las apariencias..."

B x C

Arcángel Mirón dijo...

Me alegro por Antonio. :)

el nombre... dijo...

recordé a Borges con sus ruinas circulares, ¿somos el sueño de otro?

Bueno, aún así, a Antonio le cae muy bien esta premisa.

Hermosamente contado, Sombras.


Muchos besos

mel dijo...

Y que cuento...
Eso tiene la vida, que siempre puede estar al borde de dar un vuelco inesperado.
Produce vértigo... y eso me encanta.
Que bueno volver después de tantos días por aqui. El trabajo no me da mucho tiempo pero por suerte puedo tomarme estos recreos y leer-te.
Besos.

Abel Granda dijo...

Narra Ud. como nadie madame, mi enhorabuena.