Visión Nocturna
Es invierno y hace frío. Llevo encima una camiseta y dos jerseys.
Fuera del conjunto de paredes al que por tradición denominamos hogar reina la oscuridad y el rebelde viento; este último sumamente entretenido en despeinar (¿ó más bien en realizar un drástico “peeling arbóreo”?) a las sufridas y bamboleantes ramas de los eucaliptos de enfrente.
Estoy sola en casa. Terminé de cenar delante de la cambiante pantalla televisiva, obligada por el ritmo incesante de mi pulgar impaciente y aburrido sobre el mando.
Entro en la oscura cocina tenuemente iluminada por la luz procedente del pasillo.
Por un momento dirijo la vista, con el plato en la mano a medio camino del fregadero, hacia la vitro.
Me detengo en seco.
Quedo congelada, atrapada por una extraordinaria visión.
En medio de una de las redondeadas zonas de cocción de la placa vitrocerámica, iluminada por el color más sanguinario, el rojo, (claro indicativo del calor que aún despide después de hacerme mi adictiva menta-poleo), se levanta una pequeña y oscura figura, cual reducido extraterrestre de negras intenciones.
Impulsiva, mi mano se desliza agresiva sobre la llave de la luz.
El extraterrestre iluminado por la luz rojiza se convierte en mi gato y un delicado Miau alcanza mis oídos. Sin perder la compostura, continua en posición sedente altiva, con el rabo enroscado a sus patas y sus cuartos traseros peludos acomodados sobre la tibieza de la vitro.
Me acerco y me mira fijamente, lanzándome un maullido ya retador y ancestral, claramente preocupada su mente gatuna de alto pedigrí callejero ante la posibilidad de un enfrentamiento por tan preciado foco de calor.
¿Quién se atrevió alguna vez a pensar que los gatos no saben adaptarse a las nuevas tecnologías?.
Total; de la chimenea a la vitro, no hay tantos pasos........